Hay gritos que se quedan,
que encuentran un surco y se siembran.
Crecen en ellos la noche y el rencor,
se nutren de la soledad y la espera.
Les nacen en las raíces flores muertas.
Y aunque carecen de semillas,
se les reproducen ecos con las ausencias.
Hay gritos como este,
que no piden perdón pero lo desean.
Gritos que se abrazan
con la propia rabia,
con la vida que les queda.
Gritos abandonados, sordos,
de esos que se desgarran la voz
y susurran:
Te amo…
Regresa…
Te extraño…