Piedras

Fuimos piedras,

muchas veces,

fuimos piedras.


Nos creamos de la lava

que emanamos seca.

Con cada erupción,

un torrente, una espera.


Nos abrazamos ardiendo,

hasta crear una cueva.


Le prendimos al tiempo una vela

pero se nos olvidó rezar,

nuestras rodillas descansaban nuevas.


Con el tiempo,

en los poros se crearon presas.

Nos bañamos en ellas,

sin sentir crecer las algas

que nos ahogaron en quimeras.

Fuimos tanto,

uno del otro,

que nos perdimos

en un laberinto de venas.


Fuimos piedras,

dejadas en un mar,

que no recuerda,

pero conserva.

Polvo

Amanece y hay polvo

donde dormías, amor.


Basta mirar por la ventana

para sentir como la herida reencarna.


Tiento la hebra y ya no está caliente,

aunque el humo emana.


Huelo a tu ausencia

como las piedras

conservan el rastro del cultivo primitivo

al que regresas, ahora que te marchas.


Amor, qué pasará mañana.


¿Tendrá misericordia el polvo

y se tragará tus huellas,

tus últimos pasos, mis lágrimas?


¿Esas son tus pisadas o eran las mías?


¿Extrañarás tus mañanas?

Aquí ya sobran, no hay tramas.


Amor, la noche me abarca.


La encuentro en el café

abandonado que se enfría

en una esquina de la infinita mesa

en la que disecciono mi alma.


Amor, hay polvo,

donde antes soñabas.

Rezo

Tomo un rosario

con la mano en el corazón.


Abrazo cada cuenta

esperando que sientas mi amor.


Pronuncio Padres y Aves

para acallar el dolor.


Suspiro cuando el resto responde cada oración.


Rezo como me enseñaste

cuando me abarca el dolor,

cuando no me encuentro por

la incertidumbre y la desesperación.


Soy una voz huérfana,

que nace de lo que me dejaste en el corazón.


Rezo, porque no quiero olvidarte.

Rezo, porque no quiero dejarte.


¿Dónde estás amor?


Rezo y, en el silencio,

como ocurrió últimamente,

nos abrazamos las dos.

Descifrar al sol.

Descifrar al sol

es encontrar la vida.


Es tener el sueño cansado,

quedarse tendido,

y admirar el abismo ralo.


Así, de pronto, uno descubre la cama inconforme

de ocultar un suspiro ajeno entre las sábanas rotas.

Sin un quejido de ti, ni de tus mañanas rojas.


Te mudo sudando cada lágrima

y, en medio de otras sales,

me desintoxico de tu espera,

de tus regresos, de tus pesares.


Descubro sin ti,

mis límites, lo mío,

aquello que si bien se cuela en lo nuestro

no se comparte, ni se sabe.


Eso que no te acompañó ahí,

al espacio ajeno,

que no era tuyo, ni mío,

sino suyo.


Han pasado días que no escucho tu nombre,

las misma cantidad de noches que duermo sin hambre.


Estoy aquí, tendido al abismo,

disfrutando mi calor,

mi espacio, mi tiempo.


Descifrar al sol, es saber que

éste entra y sale

cuando quiere y como quiere.


Sin que tú lo controles y

sin que yo lo demande.

Uno

Uno se da,

cuando puede,

porque quiere,

porque cree que quiere.


Y cuando uno se entrega,

da incluso lo que no tiene,

porque de tanto dar uno no guarda

y uno no deja que nada nunca llegue.


Y así uno sigue dando lo que no es de uno.


¿Por qué?


Porque sino quién es uno.


Uno es el que entrega,

el que da con las manos vacías

porque nunca han estado llenas.


El que por dar recibe y sólo ahí: encuentra.


Porque cuando uno da,

cree que será así,

solo así, que a uno lo vean.


Pero quién es uno,

cuando dar se le niega.


Uno no es nadie,

porque ya nada queda.


Porque uno aprendió

que uno no se piensa,

no se siente, no existe:

uno se entrega, siempre se entrega.


Entonces uno no es de uno,

porque uno no existe si el otro

no lo deja, no lo desea.


Pero un día, cuando el rechazo llega,

uno se da cuenta

que de lo que daba ya nada queda.


Por lo menos, no para uno,

de uno, nada queda.


Qué puede hacer uno

cuando súbitamente se entera,

que uno no sabe hacerse cargo ni de uno.


Que uno no aprendió a contenerse,

a resguardarse, a acumularse.

Porque uno se entrega,

al otro, si es que hay otro, sino a quien sea.


Y es que a uno no le enseñaron a ser de uno.


Si la vida es lo suficientemente ingrata,

uno lo aprende y entre experiencias lo entiende.


Aunque en el fondo,

uno será siempre uno,

una bandeja de barro,

tendida al sol,

que se nutre de las pocas gotas

que caen de las manos de arena.


Las mismas a las que uno se entrega,

de una a otra,

hasta que el silencio llega.


Si acaso uno supiera,

si acaso uno entendiera,

si acaso uno no fuera,

si acaso el dos no siguiera.


Entonces, y solo entonces, uno sabría,

que uno antes de ser de uno,

es un todo que no le pertenece a ninguno.


Uno no es de uno,

uno es uno.

No vuelvo, regreso.

Discúlpame por dejarte esperando frente a un muro 

con la angustia abierta al cansancio. 

Si no llegué, no fue por grosería, 

tampoco por desgano.


Es solo que recordé que al conocerte

cuatro buitres se instalaron

al tope del abismo que fuimos cavando.


Con el no espacio

llegó la no verdad;

con ella, la no libertad.


Volamos alto,

tanto que nos ahogamos.

Pero los buitres nos siguieron,

no supimos ocultarnos.


Aún escucho en el silencio su hambre, 

sus chillidos, sus ganas de destrozarnos. 

Están. Nos están esperando.


Quieren tragarse lo poco,

de ese algo que creamos.


Traté de ser fuerte, de defendernos,

pero dos no son uno,

y uno, a veces es demasiado.


Tenías razón:

-Nunca fuimos nada.

Porque para ser, faltaban sol y aire.


Quizá mañana sepas que,

tres minutos antes de las cinco,

estaba camino a encontrarte,

pero al salir de la tierra,

los buitres nos devoraron en instantes.


Sé que debí llegar,

por lo menos llamarte,

pero aquí ya no había nada

para qué molestarse.


Estar en ti siempre fue como estar en mí: 

solo, buscando de quien acompañarme.


No vuelvo a ti, regreso a mí.

Descubrí en tu espacio mi sonido.

Bastó abandonar esa cama,

vacía, gastada, prestada,

para sentir por primera vez,

que el oxígeno era mío.


Inhalar era algo nuevo,

ligero, arrítmico.

Poco a poco encontrando mi ritmo.


¿Dónde estuve tantos años?

¿Dónde me dejé varado?

¿Por qué no sabía que estaba perdido?


Debí tejerme un hilo a la espalda,

amarrarlo detrás de mi cascada

y revisar continuamente que no se secara.


Hace días que me fui,

y aún cargo en la maleta nuestra sábana.

Tiene restos de mi piel contigo,

de cuando nuestras gotas eran salinas y humanas.


Hoy decidí tirarla por la ventana.

Honrar nuestro tiempo

y dejar que el final nos alcanzara.


Me sentí los huecos y hubo calma.


Descubrí en tu espacio mi sonido

y mi silencio acalló

el eco de lo perdido.


Se me instaló el perdón,

y hoy estoy aquí, conmigo.

Clavé las uñas al aire

Clavé las uñas al aire

porque nada queda adentro,

ni de las manos, ni del cuerpo.


El presente es un hueco,

un silencio negro,

entre lo que fuimos

y lo que no seremos.


Somos dos piedras cayendo,

en busca de un fondo que no poseemos.


Andamos con las raíces secas al aire,

frágiles, entregándonos lo que no tenemos.


Nada de lo que te llevas fue mío,

nada de lo que dejas te pertenece.


Nos construimos desde las carencias,

privándonos de nosotros mismos,

en un sueño húmedo de luciérnagas negras.


Somos las vasijas eternas,

que se curan en sales

y se lavan con mares.


Clavé las uñas al aire,

porque necesitaba saberlo,

tú no eres mío y yo no soy de nadie.

Lo que ha pasado

Ha pasado que te extraño, 

en los momentos más raros. 


Cuando miro al cielo

y está nublado, 

siento entre mis dedos

tu espacio y tu cansancio. 


Cuando ni la noche cabe

entre tus venas y mis labios, 

me pregunto si es carne  

o ausencia lo que nos damos.


Cuando nos oscurece tanto, 

que se nos desaparecen los propios ojos, 

olvidamos que existimos,

y entonces descanso.


Nos hemos olvidado tanto, 

que sin poseernos nos dejamos.


Y así, abrazados, uno de la nostalgia del otro,

nos perdemos para no encontrarnos.

El cuerpo tiene necesidades extrañas…

Ajenas, impropias,

prestadas y, a ratos, robadas.

Afecciones regulares,

que se antojan permanentes,

casi propias, de los propios dientes.

Adicciones como la de la boca:

su boca.

La de los labios:

sus labios.

Los besos:

sus besos.

La lengua:

mi nombre.

Una mordida:

su cuello.

El descanso:

su pecho.

Todas las sinrazones dispuestas

en este espacio,

que no es nuestro, sino mío,

para él, de él:

su espacio.

En este mar

sin sal, ni playa,

hay un oleaje lila,

de ese que va y viene,

que viene, llega y me lleva…