Discúlpame por dejarte esperando frente a un muro
con la angustia abierta al cansancio.
Si no llegué, no fue por grosería,
tampoco por desgano.
Es solo que recordé que al conocerte
cuatro buitres se instalaron
al tope del abismo que fuimos cavando.
Con el no espacio
llegó la no verdad;
con ella, la no libertad.
Volamos alto,
tanto que nos ahogamos.
Pero los buitres nos siguieron,
no supimos ocultarnos.
Aún escucho en el silencio su hambre,
sus chillidos, sus ganas de destrozarnos.
Están. Nos están esperando.
Quieren tragarse lo poco,
de ese algo que creamos.
Traté de ser fuerte, de defendernos,
pero dos no son uno,
y uno, a veces es demasiado.
Tenías razón:
-Nunca fuimos nada.
Porque para ser, faltaban sol y aire.
Quizá mañana sepas que,
tres minutos antes de las cinco,
estaba camino a encontrarte,
pero al salir de la tierra,
los buitres nos devoraron en instantes.
Sé que debí llegar,
por lo menos llamarte,
pero aquí ya no había nada
para qué molestarse.
Estar en ti siempre fue como estar en mí:
solo, buscando de quien acompañarme.
No vuelvo a ti, regreso a mí.
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