Tomo agua de la piedra

Me aterra el río,

me pasma el río.


Lamo lo que cabe en ella.


La sed no se sacia,

no descansa.

La piel, una grieta.


Aprendí a beber de la piedra que está cerca.

A degustar su sal, a agradecerla.


Acumulo sedimentos en las huellas,

que me rasguñan dormido las piernas.


Puedo sentir como me cortan las venas.

En cada ola roja,

un grano de arena.


Aprendí a beber agua de las piedras,

para llenar la grieta,

para ahogarme en ella.

Piedras

Fuimos piedras,

muchas veces,

fuimos piedras.


Nos creamos de la lava

que emanamos seca.

Con cada erupción,

un torrente, una espera.


Nos abrazamos ardiendo,

hasta crear una cueva.


Le prendimos al tiempo una vela

pero se nos olvidó rezar,

nuestras rodillas descansaban nuevas.


Con el tiempo,

en los poros se crearon presas.

Nos bañamos en ellas,

sin sentir crecer las algas

que nos ahogaron en quimeras.

Fuimos tanto,

uno del otro,

que nos perdimos

en un laberinto de venas.


Fuimos piedras,

dejadas en un mar,

que no recuerda,

pero conserva.

Polvo

Amanece y hay polvo

donde dormías, amor.


Basta mirar por la ventana

para sentir como la herida reencarna.


Tiento la hebra y ya no está caliente,

aunque el humo emana.


Huelo a tu ausencia

como las piedras

conservan el rastro del cultivo primitivo

al que regresas, ahora que te marchas.


Amor, qué pasará mañana.


¿Tendrá misericordia el polvo

y se tragará tus huellas,

tus últimos pasos, mis lágrimas?


¿Esas son tus pisadas o eran las mías?


¿Extrañarás tus mañanas?

Aquí ya sobran, no hay tramas.


Amor, la noche me abarca.


La encuentro en el café

abandonado que se enfría

en una esquina de la infinita mesa

en la que disecciono mi alma.


Amor, hay polvo,

donde antes soñabas.

No vuelvo, regreso.

Discúlpame por dejarte esperando frente a un muro 

con la angustia abierta al cansancio. 

Si no llegué, no fue por grosería, 

tampoco por desgano.


Es solo que recordé que al conocerte

cuatro buitres se instalaron

al tope del abismo que fuimos cavando.


Con el no espacio

llegó la no verdad;

con ella, la no libertad.


Volamos alto,

tanto que nos ahogamos.

Pero los buitres nos siguieron,

no supimos ocultarnos.


Aún escucho en el silencio su hambre, 

sus chillidos, sus ganas de destrozarnos. 

Están. Nos están esperando.


Quieren tragarse lo poco,

de ese algo que creamos.


Traté de ser fuerte, de defendernos,

pero dos no son uno,

y uno, a veces es demasiado.


Tenías razón:

-Nunca fuimos nada.

Porque para ser, faltaban sol y aire.


Quizá mañana sepas que,

tres minutos antes de las cinco,

estaba camino a encontrarte,

pero al salir de la tierra,

los buitres nos devoraron en instantes.


Sé que debí llegar,

por lo menos llamarte,

pero aquí ya no había nada

para qué molestarse.


Estar en ti siempre fue como estar en mí: 

solo, buscando de quien acompañarme.


No vuelvo a ti, regreso a mí.

Descubrí en tu espacio mi sonido.

Bastó abandonar esa cama,

vacía, gastada, prestada,

para sentir por primera vez,

que el oxígeno era mío.


Inhalar era algo nuevo,

ligero, arrítmico.

Poco a poco encontrando mi ritmo.


¿Dónde estuve tantos años?

¿Dónde me dejé varado?

¿Por qué no sabía que estaba perdido?


Debí tejerme un hilo a la espalda,

amarrarlo detrás de mi cascada

y revisar continuamente que no se secara.


Hace días que me fui,

y aún cargo en la maleta nuestra sábana.

Tiene restos de mi piel contigo,

de cuando nuestras gotas eran salinas y humanas.


Hoy decidí tirarla por la ventana.

Honrar nuestro tiempo

y dejar que el final nos alcanzara.


Me sentí los huecos y hubo calma.


Descubrí en tu espacio mi sonido

y mi silencio acalló

el eco de lo perdido.


Se me instaló el perdón,

y hoy estoy aquí, conmigo.

Ojalá mañana

En un segundo, la noche se instala.

Al tiempo que se siembra,

florece y se enraíza.


Extendida, se vierte,

entre tus arterias,

en cada conducto que cargas.


En el epicentro: un hueco.

Cruzándolo, una ancla,

pesada, que se hunde y te arrastra.


El tiempo desaparece.


En donde debería de haber un presente,

hay mil pasados sin futuro que duelen; 

que se aferran a tus raíces

más nuevas y las hieren.


El cuerpo pierde fuerza,

y de a poco, se duerme.

La carne ya no es carne,

los huesos están secos.


Te ocupa la oscuridad eterna

de lo que por no existir se muere.


No hay, no es, no nada.


Hoy no, 

quizá mañana.

Hoy no, 

ojalá mañana.

Sin ecos, ni despedidas.

Fuimos dos piedras cayendo,

siempre cayendo,

en busca de un fondo que no tenemos,

que se nos negó desde el nacimiento.


Anduvimos años, con las raíces secas,

anhelando una tierra, ¡cualquiera!,

esperando que alguien nos acogiera.


Frágiles, nos encontramos.

Nos prometimos tanto,

y como teníamos tan poco,

nos lo entregamos creyendo que era todo .


Nada de lo que te llevas fue mío,

nada de lo que dejas te pertenece.


Nos construímos desde la carencia,

en un sueño de luciérnagas negras.


Somos de las vasijas que se rompen,

porque no saben marcharse,

que eternas, han aprendido a curarse en sales

y a lavarse las penas con mares.


No nos dijimos adiós,

para hacerlo necesitábamos tener algo

de que despedirnos,

pero de nosotros, ni el eco.

Clavé las uñas al aire

Clavé las uñas al aire

porque nada queda adentro,

ni de las manos, ni del cuerpo.


El presente es un hueco,

un silencio negro,

entre lo que fuimos

y lo que no seremos.


Somos dos piedras cayendo,

en busca de un fondo que no poseemos.


Andamos con las raíces secas al aire,

frágiles, entregándonos lo que no tenemos.


Nada de lo que te llevas fue mío,

nada de lo que dejas te pertenece.


Nos construimos desde las carencias,

privándonos de nosotros mismos,

en un sueño húmedo de luciérnagas negras.


Somos las vasijas eternas,

que se curan en sales

y se lavan con mares.


Clavé las uñas al aire,

porque necesitaba saberlo,

tú no eres mío y yo no soy de nadie.

Me amanecieron los ojos con tu recuerdo

Justo antes de inundarme de sol,

despegué los párpados y estaba ciego.

 

Tú, estabas adentro.

 

Para recuperarme,

cerré los ojos,

pero me venció el miedo. 

 

Lo ocupabas todo,

incluso lo nuevo.

 

Fue mi culpa,

cedí sin saberlo.

 

Te regalé segundos de inconsciente,

consecuencia de mis profundos desvelos.

 

Tuviste entonces el tiempo suficiente

para plantarte en el no futuro,

cerquita del remordimiento.

 

Al encontrarte ahí,

me castigó la culpa

y me condenó al silencio.

 

Me enredé las pestañas

y te construí un universo.

 

Un lugar oscuro, pero nuestro.

En donde nos encontramos desconocidos,

con pretextos nuevos.

 

Un infinito de falso cielo

en el que me oculto cuando escasea el sueño.

 

Me amanecieron los ojos,

pero se me durmió el tiempo.

Uno se rompe…

Así. De pronto,

uno se ve las esquinas

y las descubre rotas.

 

Las lágrimas

son fisuras,

no gotas.

 

Entre los dientes

se remuerden las espinas,

que se encajan,

que nos derrotan.

 

Respirar,

¿cuánto?,

¿cómo?

 

Cuando uno se rompe,

no hay espacio, ni tiempo.

 

Hay, en todo caso,

una grieta viva,

que nos mira y se conmueve,

que nos inunda en dolor,

que -irónicamente- nos devuelve a la vida.