En su respiración
se escucha el canto del quetzal,
el resquebrajar de la llama.
El susurro que invita al buen sueño,
a la calma.
En su voz,
la nota dulce que provoca adicción,
que muere en la penitencia
y sin pedir, reclama.
Hoy, una caricia dulce,
casi intangible,
vaporosa, me amarra.
Vertebra a vertebra: tu espalda…
Húmeda la noche,
resequedad en el día;
tu ausencia desgasta.
El presente te pide a gritos;
te exige, te reclama.
Se desespera,
espumea en rabia.
No pregunta: arranca…
Afila los colmillos en carne blanda.
Se alimenta de tus recuerdos:
los mastica, los arranca.
Nunca le son suficientes:
los entierra y los desangra.
Sangra todo,
desde las encías,
hasta las lagañas.
De pronto, cada célula,
llora la herida que se causa:
grita la ansiedad y se embriaga.
Termina la noche,
la mano extendida tienta
y al toque,
tu toque,
regresa la calma…
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