Silencio…

Tus silencios duelen.

Aquí, en los míos.

Comulgan juntos la distancia rota,

la pena que canta y llora.

Arde, en el pecho,

el aire que no se suelta,

que no se vierte,

que no se habla.

Un frío seco,

sin contemplaciones.

Puro como la lágrima.

Sin abrazo, sin calma.

Un suspiro enterrado, clavado,

entre la hebra y el tacto.

La soledad de no saber de ti, de mí.

De lo que nos pasó entre tanto.

Tus silencios, no son los míos,

no son los nuestros,

son tuyos.

Y eso duele tanto…

Llegas…

Hay restos de lava en tu cuerpo,
cenizas en el cabello,
una fumarola gris te nubla la mirada.
Sueñas despierto, por otra cama.

Cada día, cada espera,
se crean islas que nos separan.
Un archipiélago de razones que pronto crearán un mundo,
una distancia.

¿Será hoy?, quizá mañana.

Necesito que antes se me quemen las pestaña.
Que se consuman los sueños que en ellas descansan,
los mismos que ahogue ayer en alcohol,
los que espero exploten cada mañana.

Cuando llegas recién bañado,
con una sonrisa oculta en el te quiero,
con labio ajeno injertado en la lengua,
me preparó para lo inevitable, pero la fuerza no alcanza.

Debajo de tu paladar distingo la mentira,
esa que sabe lamerme el perdón de la espalda.
Que me doméstica las rabias.

Espero ansioso irme.
Ansioso, sin hacer la maleta.
Ansioso, tendido en esta cama.

Ansioso, con tu espalda en la mirada…