Aquí…

La soledad siempre está aquí,
desierta y cruda en el silencio.
Bajo los párpados,
con la boca abierta:
hambrienta.

A veces, no pocas veces,
se le encuentra sentada a la mesa.
Cortando algún recuerdo:
remordiéndolo.

*Nunca dije lo siento.*

*Al tocar mi pecho, seguías ahí.
Te sentí en mi mano.
Decidí seguir.*

Hoy, me encontró en la tina,
se paró detrás de mí.
Me dio un abrazo profundo.
Se me instaló aquí.

Cuando uno decide irse, debe saber lo que significa.

Al hacer la maleta,

uno debe olvidarse de las distancias cortas,

del mensaje indiscreto a deshoras,

de pedir un favor seguro de ser resuelto,

del radiante olor que deja un “te quiero” al amanecer.

Al tiempo de guardar las camisas,

uno debe prever que los botones incompletos seguirán así unos meses

y que las arrugas se irán cuando sincronicen con el nuevo tiempo.

Los calcetines estarán desiguales y rotos,

el clóset  ganará la mitad en ausencia,

y en un espacio cenará enmudecida la tristeza que te invade.

Los retratos descansarán en el abismo de los recuerdos,

salvándose sólo algunos, los menos.

Habrá en los pantalones notas varias,

manchas firmes de vino y de cuello que permanecerán tatuadas

aún cuando los botones estén abiertos.

Los libros contarán de pronto una historia distinta,

las palabras combinarán lo escrito con lo vivido,

la tinta será densa en las dedicatorias,

con sonoros ecos, hoy ajenos, de murmullos, risas y  llanto.

Al cerrar el equipaje, como la puerta,

uno sin saberlo se despide del crujir de la madera,

del abrazo nocturno,

de saber que alguien lo espera.

Cuando uno decide irse, debe tener en cuenta,

que carga más de lo poco que se lleva,

y que echará de menos todo lo que se queda…

Si regresas…

Hay palabras que se tatúan en la garganta,
palabras tibias que no se dicen:
se cantan…

Palabras de humo que siempre nos acompañan.

No dije adiós, no tenía ganas.

Si no quise despedirme,
fue porque ya nada quedaba.

Entrar ahí -aquí- requirió agallas.
Más de las que tenían y seguro más de las que creía necesitaba.

Salir fue atravesar una puerta que ya estaba cerrada.

Sellar un recuerdo de silencio, de calma.

Si no dije adiós fue porque entre nosotros no habrá mañana,
hubo un final, de esos que se deshojan al alba.

Te quiero, te quise, pero no te querré.

Porque si regresas,
y regresas,
no habrá recuerdo,
sino olvido.
Volver, ¿para qué?…

En la orilla…

Hay un vacío en la orilla,

un silencio en el agua,

un pudor que no existía.

 

Me gustaba la desnudez en tus ojos.

En esa sonrisa radiante y felina.

 

Mi piel se sentía tan mía, que era tuya.

Una ofrenda honesta, necesaria,

desengañada del nosotros,

convaleciente de pensarnos.

 

Nunca dijiste que partirías,

tampoco que volverías.

Soy yo quien no regresa todavía,

el que se aferra a esta orilla.

 

Un límite que abarca tu historia y la mía.

Así, separada.

Así, vacía…

 

12787569_10209095373929619_461375459_o

Fotografía de Berna Badillo (Pop Photography’)

 

Las paredes…

Las paredes dicen que ya no me quieres,

han escuchado otras voces

que susurran amores entre sábanas y almohadas.

 

Dicen también que desde hace días

les resuena en las varillas tu risa franca,

tus pies sin luto y tu voz confiada.

 

Nadie, aseguran, sabe que tus pensamientos

están mudando sus raíces al bolsillo,

abandonando las noches de vena larga.

 

Dicen que mis ecos ya no bastan,

no estoy: estuve,

soy un pasado que se irá mañana.

 

¿Sabrán que las extraño?

Que hoy, al venir a recoger los recuerdos,

las veo más grandes, más cálidas.

¿Sabrán que me faltan?

 

Tanto como lo hará este florero que dejo olvidado,

tanto como tú…

Tu espalda.

Tanto…

Me despido sin despedirme,

cada día, a cada abrazo,

dejo un trozo de ti

cuando te platico y te llamo.

No hay salida fácil, no dispongo de tanto espacio,

Estás en la raíz, en el tuétano,

aquí, adentro de mis sienes.

Estás en el zumbido que deja el silencio,

entre los huecos de las uñas,

en el frío que corta el aire,

que desde tu no estar me parece insano.

Han pasado días de desvelos negros

y tormentos varios.

Ha pasado que olvido tus ojos,

o se ven menos iluminados.

Ha pasado que así de pronto me cayo,

que me administro tus recuerdos para no gastarlos.

Ha pasado tanto y de a poco demasiado,

tanto así que parece que nada ha cambiado.

Tanto así que te escribo sabiendo que te has ido, pero sin sentirlo.

Tanto, que a veces te desconozco,

cuando te escucho en mis propios labios.

Te extraño…

Días que olvidan…

Los días pasan extraños.

Unos detrás de otros,

arrítmicos, vienen, van.

Danzan fuerte entre las doce y las cuatro,

aunque con el tiempo uno deja de escucharlos.

Sus pasos no son los nuestros,

su destino es inexistente, atemporal.

Hoy tropecé con uno y la caída me dejó inconsciente.

Caí de lleno entre el hubiera y el podría.

Lo único que supe al despertar del trance fue que moriría pronto,

quizá en medio centenar de años, quizá menos,

espero que los suficientes para poderme seguir bañando con mi soledad.

Ayer, hoy, mañana,

hay momentos en los que no sé en qué tiempo conjugarme.

El cuerpo incluso parece distar del alma algunas veces.

No pocas.

No siempre.

Uno ve a los niños y ríe,

Ingenuamente cuando confunden el ayer y el mañana, uno corrige.

Aún sabiendo que el ayer sí puede ser el mañana y

que el mañana también puede ser un ayer que nunca acaba.

Los días pasan extraños,

olvidándose unos a otros,

olvidándonos nosotros…

!Traga!…

Las palabras son fuerza.

Dolor cuando penetran.

Cuando el veneno se esparce,

aquí: adentro.

Oculto en tu sangre,

que por tuya es mía.

Trago en tu saliva el remedio.

Absorbo de tu pecho el credo.

La condena es menor si no se carga,

si sólo se traga.

Desde tus no llegadas,

cierro los ojos

y abro las rabias:

mastico encías en la cama,

!Sangra, traga!

Un segundo menos.

Se oye crujir la puerta,

le duele el frío

y su grito me impacienta.

Escucho en los gatos tus pisadas.

Cierro los ojos y me tapo la boca.

Tiemblo.

Aún no estás aquí y lloro.

Me enredo en las sábanas.

Ahogo en ellas mis templanzas.

Se me rebelan las uñas y se me clavan.

Duelen, duelen las palabras.

No necesitan boca,

con los caracoles basta.

!Sangra, traga!…

Extraño…

Lloro tu ausencia antes de vivirla.

Porque sé que pronto me acompañará en la cama.

Preveo noches de sueño negro y

de espera eterna.

Cargo entre los dedos tus recuerdos,

los que tuvimos antes, los que tendremos.

Me pesan como cargar en el cuello tu despedida,

la fría estampa que dejará tu mano,

el vació que quedará sin tu aliento, recién despierto.

Cada día, sin saberlo o por pensarlo demasiado,

me digo que te extraño.

Lo susurro, desde adentro:

-Te extraño.

Me convenzo de ello y salgo a la calle con un hueco.

El mismo por el que se me escapa ahora el universo,

Porque aún ahora,

contigo aquí: te extraño.

Estancado…

Cuánto dura el llanto.

Cuántas lágrimas faltan

para que se me limpie tu recuerdo de la mirada.

Cuánto, y hasta cuándo.

¿Es demasiado tener aún estancados los ojos

con la lluvia inundándome el pecho:

las ganas?

Sentir en los huesos la angustia de que seas recuerdo.

De que seas pasado,

de que después de tanto no seas nada.

A veces, acudo a donde la gente,

me siento en una silla y miró al piso.

El caos sin voz, me reconforta.

Lo que dicen carece de sentido,

Lo que siento padece de lo mismo.

Sabes que siempre temí este momento.

Que un día, este día, tus brazos no estarían aquí,

para esconderme de ti, de tu dolor, de tu ser sin estar.

Han pasado a penas meses y nada cambia.

Escuchó en el silencio de cada mañana

la ausencia de tu voz,

y el croar de las ranas.

Siento en el pecho lama

y entre las pestañas la luz no alcanza.

El agua está turbia y así de pronto se derrama.

Así de pronto, todo pasa; así de pronto, nada cambia.